lunes, 1 de septiembre de 2008

El error del tiempo que quiso ser locura.

Permito introducir este humilde texto con algún adjetivo que describa lo que son las letras de José Emilio Pacheco, y por el momento solo se me viene uno: irreverentes.

Claro que hay que entender, que “irreverencia” aquí, no denota el concepto arbitrario que muy probable diría una falta de respeto o rompimiento de alguna norma; si no todo lo contrario. Irreverente, sus letras a cierta percepción personal mutaron de ser normales y correctas a ser transgresoras: magnificas. Como de alguna forma seria decir música para los ojos; leer a Pacheco es como encontrarse en medio de una nada, oyendo los acordeones de Yann Tiersen[1] para después terminar por mirar una realidad hecha por retazos de fantasía, no sin antes haber sufrido una metamorfosis a causa de una percepción que delira.

Por consecuente pretendo seguir una sola línea, el camino de la locura que de manera irreparable Pacheco nos impone, como el cauce del río dicta las olas a la piragua; simplemente de manera impredecible, bella y taciturna.

Así pues seria casi imposible el tratar de abordar los seis cuentos y la novela que contiene el libro de “El principio del Placer”, y por obvias razones me he permitido abordar grosso modo solo un cuento: “Langerhaus”; el principio de la locura hecho un fantasma. “…siempre les advertía a los escritores que no debían poner a un loco como personaje central de una narración, sobre la base de que al no ser loco moralmente responsable, no habrá verdadera historia que contar”[2]

Puesto así se sobrentiende el discurso que sigue el cuento, Langerhaus es la materialización de una locura que de antemano se sabe, vive dormida en el inconsciente humano, pero en este contexto las circunstancias sobrepasan lo natural y el inconsciente rompe las paredes de la figura conceptual de la razón y el delirio se encarna en los sentidos, provocando que la mirada no mire con ojos, que las manos no toquen con uñas y peor aun que el hombre no piense con cabeza, que “aquel” piense sobrepasando los limites del entendimiento. Se alega aquí locura, no porque esté falto de ciertas facultades mentales, si no porque suponiendo que la razón esté ubicada en una línea temporal y ésta se vea turbada por uno de los errores más ingenuos que existe en la humanidad: el recuerdo, se note la necesidad de purgar la memoria haciendo añicos los saborizantes artificiales del olvido, provocando un maremoto mental y un desorden en la coordinación de los impulsos. Es cuando Langerhaus ya no mira con ojos y ve lo que el tiene que ver, lo que necesita ver. La palabra vivida y el error, los fantasmas del recuerdo lo visitan queriéndose convertir en delirios. Y es que bien dicen: “…llamarme enloquecido, nadie nace loco”[3]

Entonces se puede notar de manera predecible las frases de “estas loco”, eso por el simple hecho de hacer y decir cosas muy improbables talvez imposibles, y con este tono serian tratadas tales palabras. Pero aquí la cadencia cambia y mucho más el giro que se le da a la palabra: loco porque provoca impredecible e inefable placer a la “cabeza”.

Veo así que no es omiso el intento de abordar el tema de la locura en el texto de Pacheco, ya que éste literalmente aborda aquella añoranza de memoria que existe en la niñez, convirtiéndose en el fantasma que visita un presente y es por eso que en el contexto se aborda una vida con cierta rutina, un ente que se mantiene al ras del ritmo para estarse seguro y no temerle al futuro; pero el instinto, que se esconde dormido como un monstruo en la cueva de una montaña, reacciona traicionando los cánones que establece el raciocinio; como el tiempo impone el olvido. Aquí el tiempo como ejemplo de instrumento para confundir al pensamiento, y convertirlo en una capsula de flash backs, en donde las imágenes transformadas en lienzos de purpurina se adornan con gotas de sangre con las que Pacheco pinta un pasaje imprescindible; el recuerdo talvez pueda ser el error que nunca quiso ser locura.

Es en esta parte es donde el tiempo se involucra de una manera que solo pudiese repararla un relojero; ya que a veces el reloj es amigo del hombre todo lo deja a tras, pero casi siempre trae consigo los estragos de la memoria convertidos en eterna miseria humana; eterna porque hasta para olvidar se olvida y miseria porque como cenizas duelen mas que cuando fuego fue.

Es ahí entonces cuando se pudiese hacer la vinculación de locura con el tiempo: “llamarme enloquecido, nadie nace loco”.

Para concluir de alguna forma, sin llegar a ser formal pero tampoco un vago de palabras, me permito guiar a las letras por los caminos que seguramente Pacheco quisiera que camináramos, claro cada quien con el prisma de su mirada. Y es que por alguna incertidumbre que deja el cabezal del libro que se publicó en 1972 “El principio del placer”, da alguna connotación por opinión propia, que se refiere más que degustar el principio de alguna letra que conlleve algún significante; El principio del placer, trae consigo escondido el ritmo de una cadencia que involucra no solo a leer para pensar, si no también acentúa una canción que dice: no pienses, no mires, no toques; solo déjate llevar que aquí: “soñar ya no duele y volar es mucho mas fácil”

La locura como las alas de cera que rebusca “un algo” ciego en la promesa más sincera.

Bibliografía:

Pacheco, José Emilio. “El principio del placer”. Editorial ERA. México DF. 1997

Restrepo, Laura. “Delirio” ED. Punto de lectura. México DF. 2004


[1] Músico y compositor multinstrumentalista, nacido en Francia en 1970. Autor de La valse des monstres.

[2] Gore Vidal. “Delirio” Pág. 8

[3] Kase-O. “Vivir para contarlo” Seg :37

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